
¿Qué se comía en los primeros catamaranes?
La historia de los catamaranes también se escribe con sal, fuego y frutas tropicales
Antes de que los catamaranes se convirtieran en símbolos de lujo, excursiones privadas y celebraciones frente al mar —como lo es hoy Flamante Catamarán en Cartagena— estas embarcaciones fueron la clave para explorar, poblar y comerciar a través de los océanos. Pero, ¿qué comían los primeros navegantes que se embarcaban en estas travesías?
Este blog es una invitación a explorar no solo la arquitectura naval ancestral, sino también la dieta y los rituales alimenticios que acompañaban los viajes en catamarán en sus orígenes. Porque en el mar, la comida era más que sustento: era identidad, cultura y supervivencia.
Un origen polinesio: cocina sobre el agua
Los primeros catamaranes nacieron en la Polinesia, y su construcción dual permitía estabilidad para largas distancias. Las travesías entre islas, que podían durar semanas, requerían una logística alimentaria ingeniosa. No existían neveras ni hornillas modernas, pero sí una extraordinaria habilidad para preservar y cocinar en condiciones marinas.
Entre los alimentos más comunes a bordo estaban:
Taro cocido o fermentado: este tubérculo era esencial y se cocinaba en hornos de piedra enterrados (imu) antes de zarpar.
Pescado seco o ahumado: el mar proveía proteínas, y los polinesios sabían cómo conservarlas.
Frutas como el coco, la guayaba o el pan de árbol (breadfruit), que resistían el calor y la salinidad.
Algas comestibles, que aportaban minerales y eran fáciles de recolectar.
La cocción se hacía a veces en braseros portátiles, cuidadosamente protegidos del viento. Pero la mayoría de los alimentos se preparaban en tierra y se almacenaban en hojas de palma, canastas tejidas o calabazas secas.
Comer en el mar era también una ceremonia
En muchas culturas del Pacífico, comer sobre el catamarán no era solo una pausa necesaria, sino un acto espiritual. Antes de iniciar una travesía, se ofrecían alimentos a los dioses del mar, y durante el viaje se seguían reglas comunitarias estrictas: quién podía comer primero, cómo se repartía el pescado, qué frutas eran sagradas.
Estas prácticas eran parte de una visión del mundo en la que el mar era una deidad viviente. Alimentarse en su superficie exigía respeto, moderación y gratitud. Un eco filosófico que, siglos después, se siente en experiencias marítimas conscientes como la de Flamante Catamarán, donde la conexión con la naturaleza es parte integral de cada travesía.
Influencias coloniales: nuevos ingredientes a bordo
Con la llegada de los europeos al Caribe y el contacto con los pueblos nativos de América, los catamaranes y otras embarcaciones comenzaron a incluir productos del intercambio transatlántico. A partir del siglo XV, ingredientes como la harina de trigo, el bacalao salado, los garbanzos y el vino comenzaron a formar parte del repertorio alimenticio de navegantes de distintas regiones.
En los barcos del Caribe colonial, y ocasionalmente en catamaranes adaptados al transporte costero, era común encontrar:
Galletas marineras (hardtack): pan duro y seco que podía durar meses.
Tocino salado y carne en conserva: fuentes de grasa y proteína.
Ron, chicha o vino: no solo por placer, sino para prevenir enfermedades relacionadas con el agua contaminada.
Frutas tropicales recolectadas en islas del trayecto, como piña, plátano o papaya.
Aunque la alimentación seguía siendo austera, se hacía más diversa. Y donde había mestizaje de ingredientes, también nacían nuevas formas de cocinar en el mar.
Pero no todo era supervivencia y raciones escasas. A medida que las rutas se afianzaban y los catamaranes adquirían un papel más amplio en la vida de los pueblos isleños, se desarrollaron también formas de cocinar más elaboradas a bordo. Algunas embarcaciones llevaban piedras volcánicas o placas de hierro para improvisar fogones, y los marineros aprendieron a deshidratar frutas, salar pescados y fermentar bebidas para alargar su duración. Estas prácticas, nacidas de la necesidad, fueron también las semillas de una cocina marítima que hoy admiramos en muchas culturas costeras. Así, los primeros catamaranes no solo fueron vehículos de descubrimiento, sino también de intercambio culinario.
Sabores que flotan entre siglos
Hoy, subir a un catamarán como Flamante no implica racionar pescado seco ni temer por la duración del coco. Pero sí existe una fascinante continuidad entre los banquetes del pasado y las experiencias culinarias en altamar actuales.
Cuando se sirve un ceviche fresco frente al horizonte de Cartagena o una tabla de quesos con frutas tropicales, estamos —sin saberlo— rindiendo homenaje a todos aquellos navegantes que cruzaron el mar con ingenio, hambre y devoción por la vida.
Flamante: una experiencia que también se saborea
En Flamante Catamarán entendemos que cada detalle a bordo cuenta una historia. Por eso, nuestras experiencias incluyen opciones gastronómicas frescas, locales y adaptadas a los gustos contemporáneos, pero con una mirada respetuosa a la tradición marinera.
Ya sea que celebren una fecha especial, disfruten de un paseo privado o naveguen por primera vez en el Caribe colombiano, cada travesía con Flamante es una conexión con el mar y su historia… también a través del paladar.